sábado, 27 de julio de 2013

Palabras vacías

Me gustan las palabras: comunican, enlazan, transmiten ideas, sentimientos y saber. Las hay de muchos colores, altas y bajas, gordas y delgadas con letras grandes y pequeñas. Son como la misma humanidad con sus muchas razas y variedades, con personas tan distintas que en su esencia son iguales.
Cuando conducimos por un tramo en obras y leemos algo así como: “trabajamos para usted, disculpe las molestias” estamos leyendo palabras vacías. Deberíamos leer: “este tramo está siendo renovado y usted debe acoplarse a las molestias que le ocasionen las obras, le guste o no”. O cuando estamos esperando un metro, un avión, un tren y una voz que no se inmuta nos informa por un altavoz de que nuestro transporte saldrá con retraso y añade como coletilla un disculpe o lamentamos las molestias. La palabra disculpe y la palabra lamentar pierden su esencia. Ojalá nos dijeran: “no te queda otra, hay que esperar, toma las medidas que consideres convenientes”.
Odio la hipocresía, en personas y en palabras. Una palabra hipócrita es una palabra vacía y hasta hoy, creí que ese era el mayor grado de degradación que un vocablo podía alcanzar. Transmitir un pensamiento, una ideología, una reflexión de forma muy elegante, pero que no se corresponde con la realidad es una falsedad. La hipocresía ensucia la palabra y taladra el lenguaje como el co2 agujerea nuestro ozono.
Las palabras vacías o hipócritas no deberían salir de boca de nadie, no deberían ser pronunciadas ni escritas. Sin embargo, están ahí, y no sólo, son bien aceptadas sino que, además, cuentan con alfombra roja en el lenguaje.
Por mi parte decidí divorciarme de las palabras vacías y apartarlas de mi discurso, me di cuenta del riesgo que supone la sinceridad extrema, que tanto adoro y temí estar rayando la mala educación. Por ello, las evito en la medida de lo posible pero me mantengo entre unos límites que intento contagiar a mis interlocutores. Las cosas por su nombre, sin salir de la frontera de mi entorno social cultural y adaptándome también a la lengua que estoy hablando y a sus normas. Cuando hables conmigo, no importa el idioma, no pronuncies un “lamento”, o un “lo siento mucho”, sino te pesa en el corazón; ni dejes escapar un “enhorabuena” “felicidades” sino te alegras por mi éxito. Lo de buenos días, buenas tardes y buenas noches, por ser un saludo cordial, vamos a dejarlo, pero te pido que si me lo dices, me lo desees también.
Siempre pensé que la peor ofensa para una palabra era ser una palabra vacía. El otro día me di cuenta de que estaba equivocada: copiar y pegar una palabra vacía es peor aún. A veces,  el Control c y Control v de "vacío"… son la degradación máxima del lenguaje.

Berta Villarino

1 comentario:

  1. Ah, finalmente sé como entrar aquí para dejar el comentario que redacté el 21 de agosto 2013 después de leer el texto... :-)
    Wow! qué gustazo leer tus reflexiones... y cuan refrescante su contenido en una sociedad donde la amabilidad se ha convertido en mero instrumento de trabajo...
    Ya se ha visto que es más fácil motivar a la gente a hacer lo que uno quiere con alabanzas en vez de ir con el látigo. Deja por ello de ser bruto? Yo creo que no...
    La hipocresía por lo común se autotitula cortesía, pero viene a ser una bofetada.
    A mí me gusta más como a tí, la verdad, aunque a veces sea más desagradable...
    Gracias por poder beber de tu fuente.
    Maria

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