lunes, 17 de febrero de 2014

¿Dónde?

¿Dónde está esa caricia que ahogué en mi bolsillo?
¿Dónde quedaron las semillas que no planté? ¿Y el regalo que no abrí? 
¿Dónde está el correo que no envié?
¿A dónde fue la planta que no regué? ¿Por dónde ambulan los sueños de la noche que no dormí?
¿Dónde está el párrafo escrito que no guardó el ordenador?
¿A dónde viajó el cuento que no escribí?

No se lo dije y tragué saliva,  una arcada con su sabor amargo me visitó, allí se perdieron la palabra que no pronuncié y el beso que no di.

martes, 4 de febrero de 2014

LAS COSAS EN SU SITIO




Abrió los ojos aquella mañana y como en tantas otras la prisa le inundó por dentro. Todo estaba preparado, él era de los que no se acostaba con asuntos pendientes…  jersey, pantalones y ropa interior le esperaban junto a la ducha. Sin embargo, un soplo de angustia le agitó por dentro, quizá porque sabía que las mañanas no tendrían color sin imprevistos, y las suyas eran siempre coloridas.
Se puso en pie sin ganas y notó un pinchazo en la garganta. Abrió un cajón buscando alivio y descubrió que alguien  se había comido el último caramelo de eucalipto. Fue al baño y se consoló enjuagándose la boca con un producto dental que se anunciaba como el mágico 5 en 1, pensando que con tanto elemento comprimido, alguno habría para el dolor de garganta. El pinchazo persistió.
En la cocina le esperaba un paquete de café ordenado en su armario, pero vacío, justamente ayer había hecho la compra de forma efectiva, no había olvidado nada de la lista: de su lista.
Torpe por la falta de cafeína y de horas de sueño buscó  el cubo de basura para deshacerse  del paquete vacío. Al abrir el cubo, vio que la bolsa estaba a rebosar. No tenía intención de cambiarla, no encontró ni tiempo ni ganas para hacerlo, se sintió aliviado. Sin embargo, cuando introdujo el paquete de café vacío lo presionó fuertemente  para lograr espacio, tiró de las asas de la bolsa y esta se rasgó en dos, de modo que, buena parte de su contenido quedó esparcido por el suelo. El metro no espera- pensó- y como la escoba estaba allí mismo, decidió cerrar los ojos, dar un escobazo y colocar la porquería bajo la mesa. Era hora de salir, su móvil parpadeaba a toda velocidad por falta de batería, al parecer alguien había decido cargar la tableta y desenchufarlo. Salió, respiró aire fresco de cero grados y tomó el metro con la intención de bajar en el centro y buscar un lugar para preparar las clases, antes de ir a la academia.
La cafetería que le acogió era fría, hecha en serie y sin personalidad, pero poco importa la personalidad cuando lo que se busca es un enchufe dónde cargar el móvil y una conexión a internet para responder a los correos. Un muffin de sabor y color artificial y un café con leche exótico de más de tres euros le ayudaron a despertarse y le acompañaron en su oasis de 20 minutos de concentración. Desarrollar una metodología de enseñanza para aproximar una gramática, no difícil pero sí extraña a la vida  de directivos de grandes empresas, con grandes responsabilidades, grandes despachos y grandes cuentas corrientes (no siempre grandes cerebros), no era tarea fácil pero sí interesante. Especialmente, teniendo en cuenta que los instrumentos para ello, eran unos libros de texto de una gran editorial, con fotos estupendas pero mínimo contenido didáctico, escritos por algún enchufado con grandes contactos y poca experiencia en el aula. Quizá por ello, allí mismo se le abría una trabajo extra,  que a pesar de no estar remunerado ni valorado, significaba una oportunidad personal de crear material efectivo, fruto de conocimientos y años de experiencia. Lograr encontrar el modo de captar la atención del ejecutivo, sumergirlo en la concentración y conseguir que así olvidara  sus grandes compromisos, durante más de una hora, era el reto más dulce de la mañana.
Concluyó su oasis y bajó al andén. El metro no circulaba, apenas dos paradas le separaban de la academia y alguien le recordó que los conductores estaban en huelga para reclamar un aumento de salario. Pensó en su metodología que nadie valoraba, ni mucho menos pagaba. Se sintió mal.  Alguien que se pasa tantas horas bajo tierra debería tener una situación financiera desahogada y poder vivir con dignidad, no sería él quien se quejara. El abono mensual le había costado sesenta euros y lamentó que ese esfuerzo económico que él, como tantos otros ciudadanos, mensualmente hacían no repercutiera en el bolsillo de los conductores. Los servicios mínimos llegaron pero en el metro no había lugar para él, como en la bolsa de basura no había lugar para el paquete de café.
Llamó por el móvil a la academia,  iría andando y llegaría tarde. La primera clase estaba ya perdida… su jefe le comunicó que la segunda clase acababa de ser anulada el directivo de turno tenía una importante reunión…
Esa mañana no tenía más clases, él era autónomo y naturalmente, solo cobraba por clase que impartía.
Volvió a casa en los servicios mínimos, recogió la basura abandonada por el suelo y añadió sus apuntes con  metodología didáctica. Los papeles no los mezcló con el contenido de la bolsa rota, él era de los que reciclaba.
Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa.