lunes, 9 de diciembre de 2013

Desconcierto

Es sábado por la tarde noche. Mi falta de previsión proverbial me obliga a entrar en un supermercado del corazón de Barcelona para comprar "cuatro cosas" rapidísimamente que me sirvan para presentarme sin apuros dentro de un rato en una  doble fiesta de cumpleaños.

No, no tengo una ocupación dentro de un horario establecido ni un sueldo fijo, podría haber organizado mi tiempo previamente para aprovisionarme sin andar ahora corriendo de estantería en estantería. Pero esa no es la cuestión.  La cuestión es que no tengo trabajo de persona normal ni sueldo fijo pero puedo ir a fiestas de cumpleaños y llevar comida. 
Así es que si puedo llevar comida a una fiesta de cumpleaños, puedo contribuir con el Enorme Recaudo de Alimentos Para los que No Tienen Nada que se está haciendo este fin de semana. 

El cartel a la entrada del super y la joven voluntaria con un chaleco vistoso que me orienta respecto a qué tipo de alimentos conviene que compre, golpean mi estúpida conciencia. "No te has acordado", pienso. Voy inmediatamente a la zona de leche de continuación y potitos riñéndome a mí misma. En fin, esa es mi línea de actuación, no puedo echarle la culpa a nadie. Estoy avanzando en ese sentido, en el de no reñirme tanto, pero era aquel un sábado de no pedirle peras al olmo.

Compro comiditas ricas, me voy  a la fiesta, lo pasamos bien, y al día siguiente, alguien en facebook publica que se fue a comprar un brick de leche de arroz al badulaque de su calle y al llegar a casa se dio cuenta de que el envase llevaba el sello del Banco de Alimentos. La persona que lo publica pide más rigor en la gestión que hacen los responsables del Banco y alguno, en los comentarios, cuelga enlaces del tipo "El Banco de Alimentos es la engañifa del siglo"

Y me quedo muerta y me entran ganas de llorar por ser tan tonta.

Luego esta mañana hojeo la prensa y encuentro a Núria i Marià. Es bien, pero ahí siguen las ganas de llorar y de enviarlo todo a la mierda. De no hacer nunca nada más.