Abrió los ojos
aquella mañana y como en tantas otras la prisa le inundó por dentro. Todo
estaba preparado, él era de los que no se acostaba con asuntos pendientes… jersey, pantalones y ropa interior le esperaban
junto a la ducha. Sin embargo, un soplo de angustia le agitó por dentro, quizá
porque sabía que las mañanas no tendrían color sin imprevistos, y las suyas eran
siempre coloridas.
Se puso en pie
sin ganas y notó un pinchazo en la garganta. Abrió un cajón buscando alivio y
descubrió que alguien se había comido el
último caramelo de eucalipto. Fue al baño y se consoló enjuagándose la boca con
un producto dental que se anunciaba como el mágico 5 en 1, pensando que con
tanto elemento comprimido, alguno habría para el dolor de garganta. El pinchazo
persistió.
En la cocina le
esperaba un paquete de café ordenado en su armario, pero vacío, justamente ayer
había hecho la compra de forma efectiva, no había olvidado nada de la lista: de
su lista.
Torpe por la
falta de cafeína y de horas de sueño buscó
el cubo de basura para deshacerse del paquete vacío. Al abrir el cubo, vio que
la bolsa estaba a rebosar. No tenía intención de cambiarla, no encontró ni
tiempo ni ganas para hacerlo, se sintió aliviado. Sin embargo, cuando introdujo
el paquete de café vacío lo presionó fuertemente para lograr espacio, tiró de las asas de la
bolsa y esta se rasgó en dos, de modo que, buena parte de su contenido quedó
esparcido por el suelo. El metro no espera- pensó- y como la escoba estaba allí
mismo, decidió cerrar los ojos, dar un escobazo y colocar la porquería bajo la
mesa. Era hora de salir, su móvil parpadeaba a toda velocidad por falta de batería,
al parecer alguien había decido cargar la tableta y desenchufarlo. Salió,
respiró aire fresco de cero grados y tomó el metro con la intención de bajar en
el centro y buscar un lugar para preparar las clases, antes de ir a la academia.
La cafetería que
le acogió era fría, hecha en serie y sin personalidad, pero poco importa la
personalidad cuando lo que se busca es un enchufe dónde cargar el móvil y una
conexión a internet para responder a los correos. Un muffin de sabor y color artificial y un café con leche exótico de
más de tres euros le ayudaron a despertarse y le acompañaron en su oasis de 20
minutos de concentración. Desarrollar una metodología de enseñanza para
aproximar una gramática, no difícil pero sí extraña a la vida de directivos de grandes empresas, con grandes responsabilidades, grandes despachos y grandes cuentas corrientes (no siempre grandes cerebros), no era tarea fácil pero sí interesante. Especialmente,
teniendo en cuenta que los instrumentos para ello, eran unos libros de texto de
una gran editorial, con fotos
estupendas pero mínimo contenido didáctico, escritos por algún enchufado con grandes contactos y poca experiencia en
el aula. Quizá por ello, allí mismo se le abría una trabajo extra, que a pesar de no estar remunerado ni valorado,
significaba una oportunidad personal de crear material efectivo, fruto de conocimientos
y años de experiencia. Lograr encontrar el modo de captar la atención del
ejecutivo, sumergirlo en la concentración y conseguir que así olvidara sus grandes
compromisos, durante más de una hora, era el reto más dulce de la mañana.
Concluyó su oasis
y bajó al andén. El metro no circulaba, apenas dos paradas le separaban de la
academia y alguien le recordó que los conductores estaban en huelga para
reclamar un aumento de salario. Pensó en su metodología que nadie valoraba, ni
mucho menos pagaba. Se sintió mal. Alguien
que se pasa tantas horas bajo tierra debería tener una situación financiera
desahogada y poder vivir con dignidad, no sería él quien se quejara. El abono
mensual le había costado sesenta euros y lamentó que ese esfuerzo económico que
él, como tantos otros ciudadanos, mensualmente hacían no repercutiera en el
bolsillo de los conductores. Los servicios mínimos llegaron pero en el metro no
había lugar para él, como en la bolsa de basura no había lugar para el paquete
de café.
Llamó por el
móvil a la academia, iría andando y
llegaría tarde. La primera clase estaba ya perdida… su jefe le comunicó que la
segunda clase acababa de ser anulada el directivo de turno tenía una importante
reunión…
Esa mañana no tenía
más clases, él era autónomo y naturalmente, solo cobraba por clase que
impartía.
Volvió a casa en
los servicios mínimos, recogió la basura abandonada por el suelo y añadió sus
apuntes con metodología didáctica. Los
papeles no los mezcló con el contenido de la bolsa rota, él era de los que reciclaba.
Cada cosa en su
sitio y un sitio para cada cosa.
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